Hofmann encarnó la síntesis, tan inusual en nuestra civilización occidental, entre el científico y el místico.
Decidió ser químico porque quería desentrañar los componentes mínimos de la materia. Consideraba que, en una civilización focalizada en el mundo material, aquella profesión fijaba sus cimientos. Por otro lado, fue un filósofo experimental del espíritu. Campo intrascendente para las ciencias naturales. En este libro Hofmann busca darle coherencia espiritual a una ciencia que, vanidosamente, ha caído en el absurdo de ignorar el sentido de lo que describe.
La química, nos explica, ha llegado a la conclusión de que todo el Universo está compuesto de unos pocos elementos. Eso es algo fascinante, pero inútil para dilucidar la idea que organiza este Universo. Lo compara con alguien que quisiera describir la magnificencia de una catedral enumerando sus piedras, maderas y ladrillos.
En los ensayos de este libro, que no tratan de su descubrimiento más difundido, Hofmann concibe una nueva manera de relacionarse con las ciencias naturales, entendiéndolas
no como instrucciones y medios para el saqueo de la naturaleza, sino como revelaciones del plan metafísico de construcción de la creación.
En el primero de estos cinco ensayos aborda la relación entre el mundo exterior y el mundo interior. Con ejemplos traídos de la ciencia, pero sin perder nunca la claridad, Hofmann nos explica que la imagen que tenemos del mundo exterior se encuentra mediatizada por las limitaciones de nuestros sentidos. Nuestros ojos, por ejemplo, sólo captan una mínima fracción del espectro conocido de ondas electromagnéticas. El mundo exterior es el emisor y nuestros sentidos son los receptores. Pero estos receptores captan una parte de la emisión. A dicha parte llamamos realidad. Sin embargo, este dualismo emisor/receptor, una construcción teórica que nos separa del mundo material para posibilitar el trabajo científico, ha hecho olvidar la idea que existe detrás de toda la construcción de esta catedral llamada universo. Esa idea pervive en cada organismo, es la azarosa y compleja distribución de la materia en esa proporción exacta que hace posible la vida. La disolución del ego en el todo,
cuando el receptor está abierto a toda la anchura de la banda de recepción, nos conduce a un estado espiritual (que los cristianos llamaban
unyo mistica) en el cual se funde el dualismo entre materia e individuo.
Hofmann nos cuenta que de niño, en uno de sus paseos por el bosque, experimentó esa fusión durante algunos minutos, tras la cual permaneció una sensación de pertenencia con el entorno como nunca antes había sentido.
A través de este libro conocemos los pensamientos de un químico que nunca olvidó aquella primera experiencia entre los bosques y a quien la química le regaló un medio para volver a ella.
Mundo exterior mundo interior, Albert Hofmann, La Liebre de Marzo, 1997, 127 págs.